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Prácticas y hábitos participativos de la ciudadanía, iniciativas municipales de participación ciudadana y un caso de estudio: la consulta electrónica sobre la remodelación de la Plaza Miguel Salamero de Zaragoza. O ¿Cuánto pesa un olivo, señor concejal?

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2023-03-13
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Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Facultad de Filosofía. Departamento de Antropología Social y Cultural
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Resumen
A través de más de doce ámbitos diferentes de observación participante presencial/offline (pero sin llegar a tratarse de una etnografía multisituada), once entrevistas, una investigación documental y bibliográfica exhaustiva, el seguimiento online de iniciativas de participación electrónica y de la página web municipal o el análisis exhaustivo de un caso de estudio, este TFM, que también pone el foco en otras lugares (Plataforma Decidim en Barcelona, por ejemplo) muestra, para el caso de Zaragoza, pero en lo que es seguramente un balance extrapolable a buena parte del estado español, que la participación se reconoce comúnmente como una herramienta democrática, y que bien podía paliar el deterioro en la capacidad de legitimación de los sistemas políticos (Fuster y Subirats, 2012, p. 641, o Welp y Ordóñez, 2017, p. 9), pero que, sorprendentemente, se encuentra aún en fase larvaria respecto a sus posibilidades. Otra perspectiva historicista (Peña-López, 2019: 20), digamos que describiéndola en su concepción limitante, sitúa la participación en un modelo propio de la era industrial por cuanto es dirigido por las instituciones y se utiliza de manera discontinua. Y es que, efectivamente, aun dándose, de manera indiscutible, la existencia de iniciativas de gobierno abierto, transparencia, sedes electrónicas o variados procesos participativos que nos remitirían a ese reanclaje o repersonalización a la vez instrumental y ceremonial característico de la modernidad tardía que los sistemas expertos desarrollan para conectar con las personas profanas y los colectivos (Velasco et al., 2006, p.14), los analizados son prácticas de baja calidad por la ausencia de elementos como la información técnica previa, el retorno o la evaluación y, sobre todo, por su escasa incidencia en las decisiones finales, lo que, en referencia a la canónica escalera de la participación de Arnstein (1969, p. 217), los sitúa entre la no participación y la participación simbólica. Paralelamente, se muestra cómo la obsolescencia de parte de la legislación, ejemplificada en los temerosos límites que establece a la participación o en la preferencia a los modelos orgánicos y de expertos, y materializado, por ejemplo, en la falta de adecuación de los reglamentos que rigen la implicación de la ciudadanía, así como otras cuestiones tales como la falta de unanimidad respecto a los ámbitos/territorios de participación (distrito, barrio, etc.), el desconocimiento en cuestiones de facilitación y dinámicas de grupo, una pobre cultura de negociación y aceptación, la brecha digital, la difícil transición de un modelo asociativo a otro individual, la escasa convivencia entre lo virtual y lo presencial, la ausencia de la inclusividad o la más simple de carencia de espacios, no ayudan en el desarrollo de una herramienta imprescindible en las sociedades avanzadas que propugnan un derecho a la ciudad en el sentido que le podían dar Lefebvre (1969) o Harvey (2013). Eso, por no hablar ya del concepto de economía moral utilizado por H.P. Thompson o James Scott (Olivé, 2013). Cuestión importantísima es el hecho de que el término “participación” es un concepto polisémico, por no decir líquido, por cuanto deja de tener un significado cerrado cuando se desgaja de su alma mater, la intervención comunitaria. No es tampoco una cuestión menor, pues supone un freno mayúsculo, la percepción negativa que sobre la participación hay en determinados sectores de opinión, que no la acaban de aceptar o la miran con escepticismo (García Espín, 2016, sin paginar); de la misma manera que, en el otro extremo del espectro político, tiende a haber una confusión de participación con la participación de sus propias bases (A. Pardos, informante, 30 de junio de 2022). Estos vicios de signo contrario son solo algunos ejemplos, detectados en la investigación, que es en todo punto cualitativa, de falta de transversalidad, variable imprescindible para el desarrollo de la participación y el avance hacia una democracia plena, directa, que, sorprendentemente, no es una demanda generalizada. Es también imperativo decir que, pese a la subrepticia idea inicial de interpretar la insuficiente implantación de la participación en clave de lucha por el poder (Bourdieu, 1996, o Castells, 1981), variable que, indiscutiblemente, y también subrepticiamente, está presente en las propuestas de las administraciones (Morales, 2016, p. 22, cita a Clemente Navarro como uno de los principales teóricos sobre el escepticismo de estas), la investigación viene a probar que el todo se explica más por una falta de saber que por una cuestión de poder. Bien que la intención no está muy presente, pero, cuando se da, se comprueba que la raíz del problema es, mayormente, la falta de conocimiento general, la escasa cultura participativa, hecho que nos sitúa en las grandes dificultades de transformar los marcos mentales de los que hablaba Lakoff (2017) o las representaciones colectivas de la participación (García Espín, 2016) en particular y las prácticas culturales en general. En conclusión, en este trabajo, las tozudas observaciones etnográficas han venido a explicar que en la risa electoral del concejal de urbanismo al pisotear la participación, se ha visto más ignorancia que mala fe o abuso de poder.
Descripción
Categorías UNESCO
Palabras clave
Citación
Centro
Facultades y escuelas::Facultad de Filosofía
Departamento
Antropología Social y Cultural
Grupo de investigación
Grupo de innovación
Programa de doctorado
Cátedra
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