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Vázquez Botana, Alexandra

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    Psicología de los Grupos
    (Sanz y Torres, 2023) Vázquez Botana, Alexandra
    Los seres humanos tenemos una necesidad básica de unirnos y formar parte de grupos. Los grupos nos proporcionan múltiples ventajas, pero también exigen compensaciones por la protección que nos brindan. A lo largo del capítulo hemos analizado los procesos de influencia social mayoritaria y minoritaria que tienen lugar dentro de los grupos. En situaciones de incertidumbre, las personas utilizan la información que proporcionan los demás miembros del grupo para formarse sus propios juicios. En otras ocasiones, sin embargo, los miembros del grupo asumen públicamente la opinión mayoritaria aun cuando discrepan de ella en el ámbito privado. Aunque los psicólogos sociales han tendido a enfatizar el deseo de los grupos de conformidad, numerosas investigaciones indican que la desviación y el disentimiento también son procesos grupales frecuentes, que las minorías disidentes pueden contribuir positivamente al progreso del grupo y que la desobediencia no siempre está motivada por la deslealtad. La disidencia y la conformidad influyen junto con otros factores en los procesos de toma de decisiones en grupo. Aunque la suma de los recursos de todos los miembros capacita a los grupos para adoptar decisiones de mayor calidad que las que pueden tomar los individuos por separado, lo cierto es que la toma de decisiones en grupo puede verse afectada negativamente por varios fenómenos como la polarización, el pensamiento de grupo o las dificultades para compartir información. La toma de decisiones y, en general, el funcionamiento del grupo se ven determinados por el liderazgo, un proceso social que a menudo se ha tratado desde un enfoque excesivamente individualista. En las últimas décadas, se ha reivindicado una visión más amplia y psicosocial del liderazgo que tenga en cuenta el sistema en el que se encuentran inmersos los seguidores y el líder. En la segunda parte del tema hemos abordado las relaciones intergrupales. En primer lugar hemos analizado los principales enfoques sobre el origen de los conflictos intergrupales. Hemos visto que los conflictos pueden surgir de la competición por recursos escasos, pero también a partir de preocupaciones identitarias. De hecho, la teoría de la identidad social es el enfoque teórico que ha dominado la investigación sobre relaciones intergrupales durante los últimos 40 años. De acuerdo con este enfoque, la autocategorización y la identificación con un grupo producen favoritismo endogrupal y, cuando confluyen otros factores, puede engendrarse hostilidad e incluso odio. Los psicólogos sociales han propuesto distintas vías para mejorar las relaciones intergrupales. El contacto intergrupal directo es la estrategia más estudiada y utilizada. La evidencia sugiere que el contacto positivo con los miembros de otros grupos mejora la evaluación y el trato hacia ellos. No obstante, no debemos olvidar que, en ocasiones, el contacto intergrupal es negativo y deteriora las relaciones intergrupales, mientas que en otras ni siquiera es posible, por ejemplo, en condiciones de alta segregación. Con el tiempo han ido desarrollándose varias estrategias de contacto indirecto que han demostrado ser eficaces para mejorar las orientaciones intergrupales y que, a menudo, presentan un mayor margen de aplicabilidad que el contacto directo. Además del contacto intergrupal, existe otra perspectiva sobre la mejora de las relaciones intergrupales basada en la modificación de la categorización social. Este enfoque parte de la idea de que el conflicto intergrupal surge de la categorización social y, por tanto, su solución pasa por alterar ese proceso. Algunas estrategias apuestan por debilitar la saliencia de las barreras intergrupales, mientras que otras prefieren mantenerlas para evitar reacciones defensivas. En general, las estrategias de mejora de las relaciones intergrupales se han centrado en los miembros de grupos poderosos con el fin de inducir en ellos un cambio psicológico que promueva la armonía intergrupal. Frente a este enfoque tradicional centrado en la reducción del prejuicio, la perspectiva de la acción colectiva niega que el conflicto intergrupal sea necesariamente malo y, por el contrario, lo considera instrumental en la lucha por la igualdad y la justicia social. Desde este marco se entiende que el cambio social suele surgir del esfuerzo colectivo que los miembros de grupos desfavorecidos realizan para confrontar a los grupos dominantes y cuestionar la legitimidad del sistema. La participación en acciones colectivas está determinada por la identificación con el grupo desfavorecido, las convicciones morales, las reacciones emocionales ante la injusticia y la percepción de que el grupo puede transformar la realidad mediante el esfuerzo conjunto. Aunque el enfoque de la reducción del prejuicio y el enfoque de la acción colectiva han progresado de manera independiente, sería deseable integrarlos en un único marco explicativo que nos permita explicar, predecir y fomentar con mayor eficacia el cambio social hacia la igualdad y la justicia.
  • Publicación
    Autoconcepto e Identidad Social
    (Sanz y Torres, 2023) Vázquez Botana, Alexandra
    A lo largo de este capítulo hemos profundizado en las bases psicosociales del autoconcepto y la identidad. La fascinante reflexividad de la mente humana nos permite recabar conocimiento sobre nosotros mismos accediendo a nuestros pensamientos privados y observando y analizando nuestro comportamiento como si fuéramos observadores externos. No obstante, el modo en que nos vemos y nos presentamos ante los demás se construye de manera dialéctica, en interacción con otras personas que nos sirven de referencia para la comparación, nos evalúan y nos proporcionan información sobre nosotros mismos. La búsqueda de autoconocimiento se ve afectada por distintos motivos en función de la situación. En ocasiones, deseamos obtener una visión positiva de nosotros mismos, mientras que en otras preferimos confirmar nuestro autoconcepto aunque este sea desfavorable. La valoración que hacemos de nuestro autoconcepto, la autoestima, depende por una parte de lo capaces y efectivos que nos sintamos para controlar nuestro entorno, pero también del grado en que percibamos que los demás nos aceptan y apoyan. Afortunadamente, disponemos de un abanico de estrategias de autopresentación que nos permiten influir en la impresión que los demás se forman de nosotros en función de las metas que persigamos en cada situación. En la última parte del capítulo, nos hemos ocupado de aquella parte de la identidad que depende de nuestras pertenencias grupales. Las teorías que han abordado esta cuestión distinguen entre la identidad personal, que engloba las características que nos hacen únicos como individuos, y la identidad social, que se refiere a aquella parte de nuestra identidad que viene determinada por nuestra pertenencia al grupo y por las consecuencias valorativas y afectivas de dicha pertenencia. No obstante, las teorías difieren en algunos aspectos, principalmente en la forma en que se relacionan ambos tipos de identidades. Mientras que el enfoque de la identidad social propugna la activación mutuamente excluyente de la identidad personal y la social (cuando un tipo de identidad se activa, la otra se desactiva), la teoría de la fusión sugiere que ambas identidades se mantienen activadas simultáneamente y motivan sinérgicamente el comportamiento en favor del grupo de las personas fusionadas. De acuerdo con el famoso poema de Donne, podemos afirmar que ningún hombre (ni ninguna mujer) es una isla. La visión que tenemos de nosotros mismos en la esfera pública y en la privada se ve permeada por la influencia a veces explícita, a veces implícita de los demás. En definitiva, en la construcción y en la presentación del yo convergen procesos de distinto carácter: individual, interpersonal, grupal y societal. La naturaleza interaccionista de la Psicología Social proporciona herramientas teóricas y metodológicas para aprehender la complejidad del yo.