ĐĎॹá>ţ˙ 78ţ˙˙˙6˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙˙ÜĽhcŕ e€4^Żj%[f’f’’h’h’h’h’hŚhŚhŚhŚhŚh ˛h źhŚhčhLĚhĐhćhćhćhćhćhćhćhčhčhčhčhčhčh4iXŒi#čh’hćh01ćhćhćhćhčhćh’h’hćhĚhćhćhćhćh’hćh’hćhćh0|r*;ÇŚhŚh’h’h’h’hćhćhćhćhConferencia impartida por ESTHER ALEGRE CARVAJAL En Éboli (Nápoles, Italia). 10 de Julio de 1999. Titulo: LA CONCESIÓN DEL TÍTULO DE PRÍNCIPE DE ÉBOLI A RUY GÓMEZ DE SILVA. UN ASPECTO DE LAS RELACIONES DEL REINO DE NÁPOLES CON ESPAŃA EN EL REINADO DE FELIPE II. Buon giorno a tutti. Sono feliche di stare a éboli per parlare su ruy gómez de silba. Scusate mi per non potere farlo in italiano. Mi piacherebbe, ma non conosco bene la vostra lingua. Grache tante. Buenos días, es para mí un gran honor estar aquí, en Éboli, para hablar de esa gran figura de nuestra historia que es Ruy Gómez de Silba, primer Duque de Pastrana y Príncipe de Éboli, figura en la que confluyen muchas de las principales claves del proceso histórico en el que se gesta el gran siglo XVI espańol. Pero además es para mí un gran honor y una gran satisfacción poder presentar esta conferencia en tierras italianas, en una de las ciudades que formó parte del antiguo estado espańol de Nápoles; y lo es, porque esta conferencia recoge, como primicia, el extracto de un aspecto del extenso trabajo en el que llevo ocupada largos ańos y que, en forma de Tesis doctoral, presentaba en la universidad recientemente. En ese trabajo, al analizar en profundidad uno de los fenómenos artísticos y urbanos más importantes de nuestro Renacimiento, la tipología urbana de Villa Ducal, necesariamente tenía que adentrarme en el apasionante mundo de las relaciones de Espańa con Italia; pero no de sus relaciones diplomáticas, que fueron muy intensas, o de sus relaciones comerciales o incluso de sus relaciones institucionales, Nápoles perteneció a la Corona espańola desde tiempos de Fernando el Católico hasta el siglo XVIII, sino en las intensas relaciones intelectuales y artísticas, en el intercambio cultura, que hacía, realmente, de todo el ámbito mediterráneo un lugar común donde los procesos culturales nacían y se desarrollaban indistintamente de las actuales fronteras nacionales. La figura del Príncipe de Éboli, su actuación política y su labor histórica y cultural, se insertan plenamente en esta idea de interrelación supranacional que, de alguna manera, a finales de este caótico siglo XX, Europa quiere retomar y relanzar. Ruy Gómez había nacido en Chamasca, Portugal, en 1516. Era miembro de una familia aristocrática portuguesa, dentro de la considerada nobleza menor. Llegó a Espańa, siendo aún nińo, con su abuelo, Mayordomo Mayor de la Emperatriz Isabel, la esposa de Carlos V; a los nueve ańos fue nombrado menino de la Emperatriz, y al morir ésta, se convirtió en paje del Príncipe Felipe. Su infancia transcurrió, por tanto, en el palacio real, junto al futuro Felipe II, con quien sostuvo una gran amistad hasta su muerte; Ruy Gómez fue el único amigo personal que, el futuro rey, tuvo a lo largo de toda su vida, pese a la diferencia de edad, Ruy tenía con once ańos más que el Príncipe, o al carácter reservado de este último. Su carrera política comenzó en 1548 cuando, formando parte del séquito principesco, acompańó a Felipe en su primer viaje por Europa; viaje con el que se pretendía que el joven príncipe conociera todos los extensos reinos que formaban parte de la grandiosa monarquía hispánica, las formas de gobierno de sus estados y las costumbres de sus futuros súbditos. Para Ruy Gómez este viaje será decisivo, en él se van gestando las primeras ideas de lo que será su concepción política de la monarquía, y en él conoce, de forma directa, el modelo de Estado, las ricas y poderosas repúblicas italianas, que con el tiempo defenderá en la Corte de Madrid junto al rey. Su ferviente federalismo, y su idea de respeto a las libertades de los estados individuales empiezan a tomar forma en este momento. Al regresar a Castilla, el entonces Príncipe Felipe pensó en casar a su fiel amigo con la hija de los Príncipes de Mélito, Dońa Ana de Mendoza, rica heredera perteneciente a uno de los linajes más poderosos de la monarquía, los Mendoza. Este matrimonio era ventajoso para ambas partes: Ruy Gómez, miembro de una nobleza menor y extranjero, establecía lazos de parentesco con uno de los grandes linajes castellanos, mientras que los Mendoza, con una brillante visión de futuro, aseguraban su influencia política y su preeminencia social, atrayendo a su clan al mejor amigo del Príncipe y, presumiblemente, futuro Consejero del Rey. A finales de 1552 se concertó el proyecto matrimonial, que no se consumó hasta cinco ańos después, pues Dońa Ana contaba en ese momento trece ańos de edad. El padre de la novia concedió a los desposados el título de Príncipes de Mélito y sus estados territoriales en Italia. Ruy Gómez permaneció ausente de Espańa los siguientes cinco ańos. Felipe lo reclamó imperiosamente para que lo acompańara a Inglaterra, donde se llevó a cabo el segundo matrimonio del todavía Príncipe con la Reina María Tudor. Y luego le acompańó a Bruselas, con motivo de la abdicación de su padre, Carlos I. Para estas dos ilustres ocasiones, Don Felipe reunió un séquito con la más distinguida nobleza castellana. El rígido protocolo borgońón seguido por la Corte espańola establecía un riguroso orden de acercamiento al Príncipe en las ceremonias, siguiendo el rango y la condición de las personas; Ruy Gómez no contaba entonces con títulos que le permitieran encontrarse entre el séquito principesco, pero Felipe, ya Rey de Nápoles, haciendo uso de su facultad soberana, otorgó a Ruy el título napolitano de Príncipe de Éboli, que le permitiría estar a su lado con la máxima dignidad nobiliaria. Ruy Gómez comprendió, por este hecho, la necesidad de forjar su propia estirpe aristocrática, y de elevarla a la más alta condición aristocrática. Con el título de Príncipes de Éboli, han pasado a la historia tanto él como su esposa, pese a que reunieron otros tan ilustres como el de Príncipes de Mélito, Duques de Estremera y Francavilla y Duques de Pastrana. Ruy Gómez, convertido en seńor de dos estados territoriales en Italia, Mélito y Éboli, presumiblemente viajaría a ellos, siempre que sus obligaciones con el príncipe se lo permitieran. Es indudable que desarrolló un estricto control sobre la administración de los mismos, y que los favoreció en todo cuanto estuvo en sus manos. Frases como: “...cuanto deseo yo que mis vasallos sean tratados, muy mejor, en mi tiempo que lo han sido en otro alguno...” son habituales en las cartas a sus administradores. Pero, fundamentalmente, en esta época, Ruy Gómez conoce a fondo Italia, sus florecientes estados independientes, su próspero desarrollo económico, el bienestar de sus súbditos, su renovada cultura renacentista y la brillantez de sus cortes nobiliarias; estos serán los ingredientes ideológicos con los que, más adelante, creará su propio estado seńorial en Castilla, el Ducado de Pastrana. Al subir al trono Felipe II, hizo de Ruy Gómez, como era de esperar, su secretario de máxima confianza, nombrándolo Sumiller, lo que le permitía estar de forma continúa al lado del monarca, le nombró también Consejero de Estado y de Guerra, lo que le concedía una gran influencia sobre las decisiones de política internacional, así como Intendente de Hacienda, primer Mayordomo del Príncipe Carlos y Grande de Espańa. Todos estos cargos van afianzando su sólida posición en la Corte y dando paso al periodo de su máxima influencia política en el gobierno de la monarquía. La carrera de ascenso en la Corte parece reafirmarse, y ahora, Ruy Gómez inicia, también, su promoción dinástica con el afianzamiento de su linaje en las más altas cotas de la aristocracia castellana, y sella definitivamente la alianza establecida con el clan nobiliario de los Mendoza. Pese a la posición cercana de Ruy al monarca, el estilo de gobierno de Felipe II propició la formación de dos bandos cortesanos políticamente enfrentados. La personalidad del Rey, reservada, prudente y solitaria, le llevó a ejercer un gobierno absoluto y personalizado; aunque durante las dos primeras décadas del reinado, una época más expansiva, y hasta la muerte de su amigo, Ruy Gómez, se rodeó de consejeros que le asesoraron en la labor de gobierno, estableciendo un equilibrio de poderes frente a su suprema autoridad; así, en torno a él se formaron los dos partidos o bandos nobiliarios en pugna por el control del funcionamiento del poder. El denominado partido ebolista, estaba liderado por Ruy Gómez, y sustentado por la poderosa familia de su esposa, los Mendoza; acogía a un regular número de nobles, todos cercanos al clan mendocino, además de un nutrido grupo de funcionarios entre los que destaca la figura de Antonio Pérez, entonces Secretario de Estado del Rey. De hecho, Ruy Gómez era la cabeza efectiva del bando político de los Mendoza en la Corte; pero no era el dirigente del clan, cuya jefatura estaba en manos del Duque de Infantado o del Marqués de Mondéjar, por lo que el Príncipe de Éboli se dispuso a desarrollar su propio linaje, como una rama más dentro del grueso tronco de la Casa Mendoza, insertándose, en este contexto, como ya hemos apuntado, la compra del Estado territorial de Pastrana, del que hablaremos más adelante. La sublevación de los Países Bajos, frente a las medidas de anexión a Espańa y de imposición del catolicismo, desencadenó el enfrentamiento y radical oposición de ambos bandos; el Príncipe de Éboli se oponía diametralmente a la postura preconizada por el Duque de Alba, jefe efectivo del otro partido en la Corte, en cuanto a la política que debía seguir la monarquía en esta crisis. Mientras que el de Alba era partidario de la represión de la sublevación mediante la guerra, el de Éboli abogaba por una solución pacífica y negociada. La monarquía hispánica, estaba compuesta por un enorme conjunto territorial en el cual se integraban entre otros, Castilla, Aragón, Navarra, Nápoles, Sicilia, el Franco Condado, Flandes, los Países Bajos o las propias colonias americanas y Filipinas; todos ellos reinos independientes con sus propias costumbres, su propia administración, sus leyes y sus impuestos, que, exclusivamente, quedaban amalgamados por la figura del monarca. Para este amplísimo conjunto de reinos Éboli planteaba una organización fundamentada en un sistema federalista, como el que ya existía en Aragón o en los estados italianos, basado en el respeto a las leyes y costumbres de cada uno de los reinos que componían esa monarquía hispánica; si se seguía este planteamiento en la crisis desencadenada en los Países Bajos, se garantizaba el mantenimiento del importante comercio de Castilla con los países del norte y la convivencia de todos los reinos de la monarquía, sin abrir fisuras y enfrentamientos entre ellos. Pero la oposición entre ambos bandos iba más allá, y era más antigua; Alba y Éboli encabezaban, como ya hemos dicho, los dos partidos nobiliarios que, no sólo se disputaban en la Corte el entonces inigualable favor real, sino que defendían dos formas distintas y enfrentadas de gobierno y de Estado. El enfrentamiento entre ambos se volvió a poner de manifiesto en 1568 cuando se produce la sublevación de los moriscos de las Alpujarras, esta vez la rebelión se producía en el mismo corazón de la monarquía, en Granada; Éboli defendió una postura benevolente y de atención a las reivindicaciones de los sublevados, frente al Duque de Alba que postulaba la represión por las armas y la imposición de la religión y las costumbres cristianas. Felipe II, nuevamente, se decantó por la represión armada, mandando a su hermano, Don Juan de Austria, a sofocar la sublevación y decretó la dispersión de los moriscos por todos los reinos de Espańa. Ruy Gómez obtuvo en esta dispersión un importante lote de familias moriscas que asentó en su Seńorío de Pastrana y con las que, al igual que el resto de los Mendoza, desarrolló una política de respeto y libertad conforme a las leyes dictadas por el Rey. No es casual que sea durante el reinado de Felipe II cuando, claramente, se manifieste el enfrentamiento de los dos grandes partidos nobiliarios, por la política que ha de seguir la Corona respecto a las libertades de los reinos que componen la monarquía. Durante casi un siglo, ambos bandos llevaban gestando intuiciones sobre lo que debía ser el Estado moderno; la postura defendida por el clan de los Alba, postulaba la preeminencia de uno de los reinos sobre los demás, reino que impone su autoridad, su pensamiento, sus leyes y sus intereses sobre los otros, si es necesario por la fuerza de las armas, papel que debía jugar el reino de Castilla; frente a ello el clan Mendoza o partido ebolista defendía el respeto a las libertades y a las características propias de cada reino. No olvidemos que los Mendoza estaban desarrollando un ingente y complejo proyecto territorial, con el objeto de conformar un Estado familiar amplio, cohesionado, territorialmente continuo y económica y políticamente poderoso, en torno a la ciudad de Guadalajara, en el cual se integraban, respetando sus características propias, los distintos estados territoriales de los miembros del clan; estructura que parecía, igualmente, adecuada para el territorio de la monarquía; por otra parte, el respeto de la Corona a las libertades de los reinos que componían esta monarquía, garantizaba el respeto a la fuerza e importancia de los estados seńoriales. Este modelo de organización federalista y supraterritorial, y el apoyo decidido al incipiente desarrollo del capitalismo, son las ideas sobre las que se vertebra toda la actuación política y nobiliaria de Ruy Gómez. Pero además, dentro de este funcionamiento general de la Corte y de las cesiones de Felipe II a un grupo y a otro, no se puede minimizar la influencia indiscutible, ejercida sobre el rey por el Príncipe de Éboli. Fue su amigo personal y, desde la vuelta a Espańa de ambos, su consejero más allegado, con un poder creciente sobre las decisiones del monarca, lo que se ha considerado, en más de una ocasión, la primera manifestación del valimiento político, sistema de gobierno propio de los monarcas espańoles del siglo XVII, aunque con características peculiares y diferenciadas de lo que será esta figura en el siglo siguiente, ya que el Rey no abandona sus funciones de gobierno, encomendándoselas por entero a su valido como ocurrirá con Felipe III y el Duque de Lerma o Felipe IV y el Conde-Duque de Olivares; en este caso Felipe II se apoya en el juicio de su consejero, Ruy Gómez, y lo considera su hombre de mayor confianza. El Príncipe de Éboli murió súbitamente en Madrid, el 29 de julio de 1573, momento en que la política defendida y aplicada por Alba en los Países Bajos fracasaba estrepitosamente, y en el que era posible haber puesto en marcha las soluciones preconizadas por Éboli y, tal vez, la visión que tenía de la composición de la monarquía. Tras su muerte, la política de partidos empezó a diluirse, haciéndose cada vez mayor y más solitario el control del monarca sobre el gobierno, e imponiéndose, lentamente, la uniformidad sobre los reinos. El partido ebolista fue liderado por Antonio Pérez, que no tuvo fuerza para mantener el equilibrio del inteligente Ruy Gómez y, finalmente, se manifestó como un corrupto funcionario, traidor a su monarca. En su dimensión más personal, el Príncipe de Éboli, se presenta como un personaje con una profunda y compleja personalidad, caracterizado, por su afable temperamento, su discreción, sus dotes conciliadoras y su diplomacia. En este sentido es modélico el dominio que ejerció sobre el inestable carácter de su esposa, la Princesa de Éboli. En 1569, cuando su carrera política había llegado a su máxima cota, Ruy Gómez adquiere el Estado territorial de Pastrana, su posición se afianza definitivamente con la concesión del título de Duque de Pastrana y su asiento sobre una amplia base territorial. En la compra del Estado de Pastrana se entremezclan muchos aspectos de la política defendida por este personaje a lo largo de toda su vida; por una parte, se lleva a cabo un anhelo dinástico: Ruy Gómez consigue establecer un Estado territorial fuerte, en el cual se integran la Villa de Pastrana con sus aldeas de Escopete y Sayatón, la Villa de Zorita y su castillo, Albalate, la Zarza, el heredamiento de la Pangía, la Villa de Estremera y su castillo, la Villa de Valdaracete y todos los territorios del Condado de Galve; en este Estado implantará el mayorazgo de su Casa y va a honrarle con la máxima dignidad nobiliaria, el Ducado; pero al tiempo, al encontrarse sus dominios dentro del área de control de los Mendoza, asentados en Guadalajara, Ruy Gómez vincula plenamente su Casa a este clan nobiliario, sin que se pueda establecer ninguna duda sobre la ligazón y pertenecía de los miembros de su linaje, sus hijos, a dicha familia. En este sentido, recordemos que compra el Estado de Pastrana a la familia de su esposa, concretamente había pertenecido a la abuela de Dońa Ana. Desde 1560, cuando Ruy Gómez regresa a Espańa procedente de Italia, y, fundamentalmente, tras el nacimiento de su primogénito en 1562, inicia las gestiones para comprar un Estado territorial. El de Pastrana tenía la posición geográfica y la tradición nobiliaria idónea para que su Casa quedara vinculada al clan Mendoza, se encontraba en medio de los dominios mendocinos de Tendilla, Mondéjar, Guadalajara, Sigüenza, y había pertenecido ya a una Mendoza, la Condesa de Mélito; por tanto Ruy Gómez esperó el tiempo necesario para conseguir la autorización regia de la venta, y pagó por él una cifra desorbitada para la época, 77 millones de maravedís, 39 millones más de lo que había desembolsado quince ańos antes la Condesa. Obtenido el territorio, en 1569, inmediatamente consigue el título ducal de manos de Felipe II. Ruy Gómez sabía que esta Villa se adecuaba perfectamente a sus propósitos: tras su valoración como posesión mendocina, tuvo en cuenta las valiosas posibilidades económicas que apuntaba la Villa; contaba, desde comienzos del siglo XVI, con un substancial crecimiento demográfico; conocía con exactitud el alcance de su producción agropecuaria, así como el enorme caudal de su plaza mercantil; e incluso, valoró su proximidad a la influyente ciudad de Toledo, y a Madrid, lugar donde la Corte permanecía estable. Como Duque de Pastrana, llevó a cabo una importante obra, cuya filosofía está en plena concordancia con las ideas políticas que preconizaba en la Corte. Desplegó una dinámica labor dirigida a convertir sus estados en una auténtica Villa Ducal, a imitación de los prósperos e influyentes estados italianos, lugares donde había nacido el Renacimiento, uno de los grandes movimientos intelectuales y artísticos de Europa y el más influyente a lo largo del tiempo. La creación de riqueza, el desarrollo del comercio y la consolidación de actividades productivas, son las grandes líneas sobre las que Ruy Gómez construye y asienta esta Villa Ducal. Para ello, en un primer momento estableció una pujante industria sedera y una importante red de comercialización de estos productos; contrató maestros flamencos y milaneses que enseńaron las técnicas de la seda, e incorporó a la población un importante grupo de moriscos de los expulsados de las Alpujarras, el mayor lote cedido por Don Juan de Austria, formado por doscientas familias traídas expresamente del Albaicín de Granada, moriscos expertos en el trabajo de la seda. Al tiempo estableció todos los hitos que trasforman una simple Villa en Villa Ducal y que le dan el realce aristocrático, social y cultural necesario para ser la mejor expresión del prestigio de una Casa nobiliaria: transformó la iglesia parroquial en Colegiata, fundó dos conventos, uno de monjas y otro de frailes, y realizó una profunda transformación urbanística, dirigida a dar salida a las nuevas necesidades de mercado y vivienda que produjo la febril actividad económica de la Villa; dentro de esta actuación urbanística cabe destacar la construcción del barrio del Albaicín, en él por primera vez, mediante un proyecto arquitectónico se dio respuesta a las necesidades impuestas por la actividad industrial, es decir, se construyó el primer barrio industrial de la historia del urbanismo espańol, destinado a recoger los edificios necesarios para el desarrollo de la industria creada. En la actuación de Ruy Gómez sobre Pastrana fue determinante su visión de la dignidad nobiliaria, aprendida sin duda alguna en los aristocráticos estados italianos, la cual pasaba por el establecimiento y desarrollo de una prosperidad económica, muy próxima al carácter burgués, sobre la que se asienta la idea de prestigio. Alejada del ideal nobiliario "de apariencia" que se hará dominante en la Espańa del siglo XVII, en la que la vacía ostentación se convierte en sinónimo de prestigio. Su visión está más cercana a la dinámica desarrollada por lugares comerciales como Portugal, su país de origen, las prosperas repúblicas italianas, y, también, los países del Norte de Europa, lugares donde se estaba gestando un incipiente capitalismo; y, ciertamente, su filosofía se alejaba de la idea de la monarquía absoluta, donde se hace necesaria la centralización de los estados, la uniformidad, el boato en la exhibición del poder real, y donde se desarrolla una sociedad cada vez más preocupada por el honor, la presunción y la limpieza de sangre y más alejada de la economía productiva. Esta misma visión es la que defendió, como hemos visto, con respecto a la política que se había de seguir en el problema de los Países Bajos: la no centralización de la monarquía, el respeto para las costumbres de cada pueblo, y el mantenimiento de la prosperidad económica por encima de la imposición de grandes "ideas". Y esta misma visión es la que utiliza con la partida de moriscos llegados a su ducado de Pastrana, construyéndoles un nuevo barrio para dar cabida a la actividad que iban a desarrollar y dejándoles un gran margen de libertad dentro de las leyes dictadas por Felipe II. En su concepto y aplicación de Villa Ducal no desarrolló, exclusivamente, un estado nobiliario donde exhibir la magnificencia y glorificación de la persona del Duque; sino que se aproximó más a lo que eran, de verdad, las repúblicas y ducados italianos renacentistas, en los que el prestigio y la respetabilidad de sus dueńos se asienta en una gran riqueza material que desarrolla el bienestar de sus súbditos, el comercio, las artes y las letras; es decir, Ruy Gómez desarrolló un potente estado ciudadano, basado en una compleja burocracia, en una desarrollada y rica economía productiva, que repercutía, no sólo, en la rentas de la Casa Ducal, sino que reforzaba y aumentaba el bienestar de sus súbditos; sobre estas grandes líneas Ruy Gómez construye y asienta la fama y el prestigio de su Casa ducal. Esta ideas, en Italia, habían fructificado en el nacimiento de fuertes e independientes estados, dentro de los cuales, como ya hemos apuntado, se desarrolló uno de los grandes movimientos intelectuales y artísticos de Europa, el Renacimiento. La temprana muerte del Duque, en 1573, impidió que su proyecto se desarrollara plenamente, pero a través de sus realizaciones se puede vislumbrar la intención de llevar a cabo un premeditado proyecto de conjunto, destinado al desarrollo de una Villa Ducal plena, sustentada en las teorías económicas, políticas, artísticas y urbanísticas del fructífero renacimiento italiano. Muchas gracias. GRACHE MILE. 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